El puesto de portero tiene poco que ver con todos los demás del equipo. No solo porque juega con las manos, sino por la necesidad de desarrollar una mentalidad y unas condiciones físicas singulares.
En el guardameta no cabe apenas la demostración del esfuerzo. El entrenador puede pedir a un defensa o a un delantero que corra más, que no descanse, que agobie a su par del otro equipo, que corte el juego contrario, que se exija en una jugada y en la siguiente. Un centrocampista puede extenuarse en su trabajo y buscar el límite en cada jornada. Por eso la competencia entre titulares y suplentes adquiere ahí un gran sentido.
Nada de esto parece aplicable al cancerbero.
Nada hay peor para un arquero que la duda. Ellos necesitan aplomo, no convulsiones
El guardameta no se gana el puesto con carreras ni pulmones, sino mediante los reflejos, la colocación, la concentración y la seguridad en sí mismo. Por supuesto, el entrenamiento constituye un elemento clave de los porteros; pero una vez adquiridas determinadas condiciones mediante el adiestramiento en la etapa juvenil (por ejemplo, lanzarse por igual a la izquierda o a la derecha, venciendo la querencia natural de toda persona a preferir uno de los dos lados) difícilmente les abandonarán a lo largo de su carrera. Los reflejos son innatos, aunque se trabaje cada día para no relajarlos; y lo mismo se puede decir de la colocación, que forma parte de las habilidades intuitivas. Salvo en casos de lesiones o de negligencia personal (poco cuidado de la condición física, de la alimentación, mala práctica de los ejercicios cotidianos), los porteros no suelen mostrar altibajos durante su vida útil como deportistas (son incluso los jugadores más longevos). Es decir, los porteros salen buenos, regulares o malos. Pero raramente empiezan siendo buenos y terminan en malos, o viceversa. Por tanto, tal vez tenga poco sentido espolear a un guardameta titular para que se gane el puesto mediante una competencia adicional con el suplente. Antes bien, lo que puede ocurrir en ese caso es que se minen los otros dos aspectos clave en su rendimiento: la confianza y la concentración. A veces no nos explicamos los fallos tontos de los guardametas; pero casi siempre tienen que ver con lo que pasaba por la cabeza en ese momento: algo ajeno a la jugada.
Nada hay peor para un arquero que la duda. La duda se traduce en centésimas de segundo de reacción, en milímetros de precisión a la hora de entrar en contacto con la pelota y en una menor autoridad para con la defensa.
Por eso la inmensa mayoría de los clubes y selecciones nacionales en la historia de este deporte han tenido al portero entre sus jugadores de hoja perenne. Si un guardameta titular pierde su puesto en el principal campeonato, eso no puede constituir una decisión pasajera (salvo por lesión): o se mantiene al nuevo portero un periodo largo, o la alternancia entre ellos puede derivar en nervios para ambos, discusiones de la grada y menor rendimiento de los dos. Quizás todo eso se demostró en los primeros quince minutos del partido Real Madrid-Real Sociedad.
Los porteros necesitan aplomo, no convulsiones.