Debutó a los 15 años en Primera, fue campeón del mundo en México 86, pasó a la historia como uno de los mejores arqueros en la historia del país y fue la mano derecha del Maradona DT. La alta exposición, sus míticos buzos y un lema: “No vivo de lo que hice”.
Casi no termina de dar un fuerte apretón de manos que Luis Islas ya aclara: “Yo amo a Independiente, es el club de mi vida”. Es una marca indeleble que tiene, que naturalmente brota de su piel. Recibe al equipo Infobae con una mochila llena de camisetas de su trabajo como entrenador para la producción y se asombra cuando le mostramos un viejo buzo de arquero suyo de los 90 que llevamos para las fotos. “¡Los diseñaba yo eh! Eran hermosos, cada partido tenía seis distintos en el vestuario y elegía cuál ponerme”.
Tiene 57 años, pero la figura de un deportista de élite. Pareciera que todavía está en actividad como futbolista profesional. Cercano, ameno, ese hombre es uno de los mejores arqueros en la historia del país que arrancó a jugar con 15 años y poco tiempo después estaba en México alzando la segunda Copa del Mundo de la selección argentina. El deseo de estar en el Rojo aparece en cada gesto inconsciente. “Esta camiseta tiene que estar en la foto, es la que amo”, pide y sacude una actual roja que lleva su nombre. “Tengo un respeto generalizado del fútbol. Eso me hace muy bien. El club que está grabado a fuego en mi vida es Independiente, al que llevo en el alma. Pero recibo el cariño y el respeto, por ejemplo, del hincha de Racing, y es algo extraordinario. Eso no es tan fácil, tengo errores, defectos, pero en líneas generales sé que lo que estoy haciendo lo hago bien”, reflexiona sobre el lugar que ocupa en el deporte madre.
Estaba aprendiendo a ser adolescente cuando debió convertirse en hombre. Con 15 años llegó al arco “gigante” de Chacarita, emigró a Estudiantes por Bilardo y de ahí directo a la Selección. Tuvo un primer romance con Independiente a fines de los 80, para ser traspasado al Atlético de Madrid y brillar en Logroñés. Volvió al Rojo a comienzos de los 90 para convertirse en un pilar de esa entidad, donde todavía se lo puede ver los fines de semana siguiendo al equipo. Cuidó los tres palos de León, Toluca, Huracán, Platense, Newell’s y Talleres antes de decir adiós en su última etapa por Avellaneda. Dos décadas en la élite antes de pasar del otro lado de la línea de cal. Un Islas humano, a corazón abierto.
— Desde que tenés 15 años tenés una lupa sobre tu vida, ¿cómo conviviste con esa presión? ¿te pesó?
— No, un peso no. Hoy es una parte de mi vida, soy feliz así. Cuando me piden una foto o un autógrafo, comiendo, en la cancha, en mi trabajo, donde sea, me detengo y disfruto porque creo que tenés que darle respeto y valor. Me ha pasado que viene gente que te muestra un autógrafo de hace 15 años que lo tiene guardado. Eso no podés no respetarlo o valorar. Disfruto, me hace bien. Claro que cuando tenía 15 años me sorprendía. De ser un pibito común y corriente, de estar jugando con mis amigos a la pelota en la calle a tener alguna nota, que te conozcan, a salir a un estadio con 40 mil personas. No eran situaciones muy normales y a veces me costaba superarlo, llevarlo. Me costaba llevarlo como lo llevo hoy.
— ¿En qué momento te costaba?
— A los 15 años cuando te detenés en que vas a enfrentar al Pato Fillol en el otro equipo, que tenías 50 mil personas en una cancha, que tenías que defender el arco de Chacarita, un arco de la ostia, es algo pesado, no es tan fácil. Pasa que uno lo hacía fácil porque yo confiaba en mi capacidad y personalidad, en mis compañeros. Pero no era fácil. Iba a mi casa y decía “mierda, había 50 mil personas en la cancha”…
— ¿Te sentabas a pensar eso?
— Cuando vos bajás un cambio, cuando terminás eso, decís lo que estoy viviendo. Son pasos fuertes que tenés que dar. No son normales, no es fácil.
— Ibas a la escuela todavía…
— Iba a la escuela, mis amigos me decían: “Te vi ayer con 40 mil personas” y yo era el mismo pibito que ellos. Pero ellos estaban en su casa jugando a los autitos y yo estaba con 50 mil personas insultándote, alentándote, gritando, con presiones. Pero lo superé, lo llevé bien, nunca me confundí.
— Tuviste un éxito deportivo a lo largo de dos décadas, ¿nunca sentiste que te haya mareado eso?
— No, puede ser que te pase pero, ¿sabés por qué no? Hoy con 40 años más sigo yendo a la casa de mis papás, al campito de la esquina donde jugaba a la pelota, sigo siendo el mismo. Las mismas cosas, los mismos movimientos. Lo pude llevar bien, no era fácil. A los 15 años debuté en Primera, a los 17 en la Selección mayor. Había que ir llevándola, pero nunca me mareé.
— Después campeón del mundo…
— Sí, tenía 18 o 19 años. Raro, ¿no? Muy raro. El otro día contaron que soy el campeón del mundo más joven. Lo tomo como algo normal. Capaz que no está bien, no sé, pero lo tomo como algo normal. Creo que es mi estilo, mi manera de vivir o de ver las cosas. No me guío por lo que hice. Si bien sé lo que logré, los títulos, esas cosas las tengo bien guardadas en mis recuerdos, pero vivo mucho el hoy. ¿Sabés qué estoy viviendo ahora? El próximo equipo que me toque dirigir, me enfoco mucho en eso. No vivo de lo que hice.
— Como entrenador tuviste pasos distintos, en clubes importantes del continente, pero también en otros más humildes. ¿Cómo elegís cada paso?
— Porque yo no soy ni más ni menos que nadie. Soy un tipo normal. Me tocó tener una vida deportiva muy intensa, muy gloriosa. Pero si tengo que dirigir un equipo de Primera, como me ha tocado, lo hago de la mejor manera y dando todo mi potencial. Y si tengo que dirigir un equipo del Ascenso, hago exactamente lo mismo, lo disfruto de la misma manera, doy el máximo como siempre. No me diferencia en lo absoluto.
— Estuviste muchos años en el fútbol y uno podría pensar que económicamente estás en una posición cómoda, que no necesitarías meterte en la picadora de ser DT, ¿vos hoy en día tenés que trabajar para vivir o está más vinculado al placer, a estar activo?
— Yo trabajo por placer, a mí no me modifica absolutamente nada ser recontra multimillonario, que no lo soy, pero trabajaría de la misma manera. Cuando fui a dirigir equipos del Ascenso, no lo hice por lo económico, fui por el proyecto, por mi trabajo. Soy un apasionado, el trabajo dignifica. Si me ponés una condición de por qué trabajo: porque me encanta, porque lo necesito, porque me dignifica, porque soy un tipo joven, fuerte. Lo económico claro que es importante, pero en muchos equipos puse en segundo plano lo económico. Uno pudo haber ido por lo económico a Emiratos, a México, a Paraguay, pero cuando vas a Viedma, a Colegiales, a Español, lo económico pasa a segundo plano.
— ¿No te pusiste a pensar dos segundos lo que estabas viviendo cuando fuiste campeón del mundo con 18 años?
— Nunca me hice esas preguntas, lo iba viviendo a diario. Obviamente cuando vos te relajás… Che debuté a los 17 en la Selección mayor, tenía de compañero a Maradona, enfrente a Van Basten… ¡Mierda, es mucho! Pero quizás esa manera de ser me hacía simplificar un poco todo. Si vos te llenás la cabeza, quizás te sobrecargas. Yo daba el máximo siempre, por eso me rompí tibia y peroné, por eso me corté el ojo, por eso me rompía los dedos. Y hoy como entrenador hago lo mismo, ya es un estilo de vida, una manera de ser.
— Qué te dijo Bilardo cuando llegaste a entrenar en moto…
— ¡Me sacó cagando! Era pibito. Tenía una Suzuki 1100, caño, pistero yo. Los autos de carrera, todo eso, me encanta. Hay cosas que no analizabas, yo hoy como entrenador no entiendo que un jugador me venga a entrenar en moto. Pero yo tenía 16 o 17 años… Cuando llegué al predio de AFA, antes de que vinieran los periodistas, Carlos me dice: “Qué haces con la moto, andate a tu casa”. Me sacó cagando. Me fui para mi casa.
— ¿No volviste a entrenar?
— No, no volví… Y te voy a contar algo que nadie lo sabe, nunca lo dije. Iba con esa Suzuki 1100 la semana previa a que me compre el Atlético de Madrid. Acelerando, me para un auto adelante, freno, patino, me raspo todo. Le pegué con esto (se marca las costillas) a la rueda del 147. Todo quemado, me llevaron al hospital. No me pasó nada, pero tenía miedo de haberme roto algo. Me había quemado todo. Llego a la semana a España todo quemado, con ampollas. A partir de ahí nunca más moto.
— ¿Dijiste la verdad en ese momento?
— Que había tenido un accidente, pero me hicieron 64 radiografías. Las manos, los dedos, los codos, ¡64!
— Pero sos fierrero, ¿qué fue lo más raro que llegaste a tener?
— Hoy ya más tranquilo, pero me encanta. El caño que más me quedó fue la Mitsubishi 3000 biturbo. Año 1994, 1995, se levantaban las luces así (hace un gesto con sus palmas hacia arriba). Ahí arriba era Superman. Hoy ya no, pero disfruté en ese aspecto. Es peligroso la verdad, no era consciente en ese momento. La moto no analizaba que si me pegaba un palo me mataba, hasta que me raspé todo y dije ya está.
— Tuviste un rol privilegiado en la vida de Maradona, ¿por qué crees que él te eligió como compañero cuando dirigía?
— Yo a Diego realmente lo quiero de verdad. Nunca lo utilicé para nada a Diego. ¡Para nada! Ni para una foto. Como compañeros fuimos campeones del mundo juntos, nos enfrentamos también en nuestros equipos. Nunca salí con Diego a la noche, nada. Él me llama para ir a dirigir Al Wasl, pero yo tenía contrato con Español. A nivel económico, a nivel todo, era 35 veces más lo de Dubai, pero respeté el fútbol, a Español. Después estaba sin trabajo y me dice lo de Fujairah, no dudé un instante. Fuimos: yo tomo gaseosa light, no fumo, soy un tipo lo más sano que puede existir. Nunca, nunca, Diego me dijo por qué no tomás una cerveza, por qué no tomas vino, siempre me respetó. Creo que esto responde a tu pregunta: le decía “Diego a laburar, a trabajar, a triunfar”. Viene mi familia a vivir conmigo, vengo a trabajar, él veía que yo laburo, laburo, laburo y los resultados se daban. Esa fue la mejor manera de respetarlo. Yo no era el tipo que salía con él. No digo que estén mal los que salían con él, pero yo no era ese tipo. Diego me dijo una frase que fue muy fuerte. Un día en los Emiratos, yo más alto, me agarra con las dos manitos así, me agarra mi cara, me dice: “Luis, vos sos mis ojos futbolísticos”. Ufff… ¿Sabés lo que fue para mí como entrenador que Diego me diga eso? Eso para mí fue algo sagrado.
— ¿Lo contás y estás reviviendo la escena en tu mente?
— Sí, claro… La escena y el olor. Diego huele muy bien, siempre perfume de la puta madre. Habíamos ganado, festejamos, viste que él cantaba, bailaba. Yo, más tranqui, me quedaba en el vestuario. Y me agarra la carita, con las manitos de él, me dice “Luis sos mis ojos futbolísticos”. No me lo puedo olvidar jamás en mi vida. Después fuimos a Dorados y yo seguía haciendo lo mismo… Hablo en persona de él, como si estuviese vivo.
— Recién dijiste “huele”, en presente…
— Me cuesta decir que no está porque para mí está siempre Diego… Nos fue muy bien. Creo que Diego siempre me quiso y respetó por eso, porque yo cuidaba el trabajo. Yo fui a trabajar y él lo supo entender perfectamente.
— ¿Era difícil en algún momento esa convivencia?
— No, al contrario. Yo siempre llevo a mi familia adonde voy y ocupo mucho tiempo en el fútbol. En Emiratos, Diego vivía en Dubai, en las palmeras, y yo en Fujairah. Le decía a Diego que uno de los técnicos tenía que estar en Fujairah. Y él, algo que se lo respeté y valoré, todo los días de su vida se hacía 300 kilómetros. De Dubai a Fujairah y de Fujairah a Dubai. Un monstruo, fijate si quería el fútbol. Como nos iba tan bien, en 27 partidos no perdimos ninguno, yo lo veía siempre feliz a Diego. Y yo era feliz el doble.
— Se ponían a mirar películas, compartían más allá del fútbol.
— Veíamos películas, hacíamos asado en las palmeras donde estaba él… Boxeo, a Diego le gustaba mucho el boxeo, era apasionado del boxeo. Fútbol también. Pero veíamos muchas películas de Los Tres Chiflados, el Zorro, cosas muy normales. Capaz la gente pensaba estos están en Dubai, en el Burj Khalifa… No, estábamos comiendo un asado con la mano. Las cosas más simples y más lindas. Estar con Diego fue una experiencia hermosa. Algo que tienen los grandes como Diego es que siendo el 1 del mundo, por ahí decían “ganó el Fujairah de Diego” y él decía no, el Fujairah de Diego y Luis. Él me ponía, eso lo hacen los grandes de verdad.
— En esa última etapa, ya en Gimnasia, se vio una imagen extraña de él, ¿vos viste algo distinto que te hiciera dar cuenta que algo andaba mal?
— No me gusta opinar porque no soy quién, lo que puedo opinar es lo que yo vi desde afuera. Cuando me voy a dirigir Sol de América en Paraguay, él agarra Gimnasia. Seguía a Gimnasia porque quería que le fuera bien a Diego, lo veía por tele. Yo ya no veía al mismo Diego. No veía al mismo Diego que tenía en México o Emiratos. No lo veía igual por la tele. Che, Diego no está. El día de su cumpleaños, creo que todo el mundo dijo, che Diego no está bien. Yo estaba en otro país, no era nadie ni soy nadie… No sé qué pasó, qué no pasó, quién estuvo, quién no estuvo, porque nunca fui de meterme, pero no lo veía bien, es la realidad.
— ¿Cómo te enteraste?
— Por la tele… No lo podía creer. Falleció Diego, ¿qué? Empezás a averiguar y no lo podés creer, hasta que sí. Y ahí lo que hicimos, junto a los campeones del mundo del 86 y un círculo muy íntimo de familia y amigos, fue despedirlo en la Casa Rosada a la noche. No lo podía creer. No está bueno…
— Ahí estaban los íntimos
— Sí, lo eligió la familia, la gente de él. Fuimos los campeones del mundo que pudimos ir. No me gusta, es feo, se me viene la cara de Diego ahí. Fue un dolor muy grande. Después lo fuimos a despedir también al cementerio y feo también…
— Es el único momento de la nota en el que te cambia el semblante…
— Sí, porque no me gusta ver esas imágenes. Yo tengo la imagen de Diego gritando los goles, abrazándonos. Los abrazos que nos dábamos en Dorados o Fujairah, esos gritos de gol de nuestro equipo en los que que él me miraba y la cara inflada de alegría, emoción. Mirá… (muestra que tiene piel de gallina) Yo lo tengo así a Diego, no quiero recordarlo esa imágenes. Ahora lo tengo arriba en el cielo, descansando, feliz.
— Se te puso la piel de gallina, ¿qué generó realmente en ustedes, lo que vivieron con él?
— Primero como jugador algo extraordinario, de otro planeta, sabíamos que tenerlo a él con nosotros en la Selección ante un partido parejo, complicado, difícil, Diego te lo abría, lo rompía él solo en cualquier momento. Como jugador algo extraordinario. Y después la simpleza, la humildad. Maradona… Hacían fila porque hacerle nota de Europa, de Asia, de todos lados y él estaba al lado nuestro como uno más. Un tipo simple como cualquiera de nosotros. Y yo lo viví muy profundo como entrenador cuando estábamos dirigiendo juntos. Es un tipo que le da un par de zapatillas a alguien que no tiene en la calle. Así es…
— Siempre tuviste liderazgo en los vestuarios, ¿qué tipo de liderazgo ejercías?
— Líder no te hacés, te eligen. A veces querés ser el líder pero no te da. Cuando el grupo te da la cinta de capitán, te elige. Y me sentía muy responsable, sobre todo de ayudar a los pibes del club que tenían más dificultades. Me abocaba mucho a eso. Hablar con dirigentes, dale una mano a tal jugador que le falta esto. Me preocupaba y mucho. Dentro de la cancha también, me hacía cargo. Hoy, como entrenador, me encanta tener en el equipo gente así con personalidad, con liderazgo positivo, que ante momentos de dificultad está presente.
— ¿Llegaste a agarrarte a piñas con un barra en Independiente?
— Sí…
— ¿Lo hiciste porque eras el líder del vestuario o porque defendiste a alguien?
— Llegó al vestuario un día de semana, empezó a hablarle mal a muchos jugadores. Hace mucho tiempo de esto…
— ¿Pero entraban con tanta tranquilidad al club?
— Entraban tranquilos… Entraron, empezaron a insultar a mis compañeros. Me acuerdo que dije, ya está, ya va a pasar, ya vamos a salir de este momento. Me dice con vos no es Luisito, con vos está todo bien. Siguió insultando a mis compañeros, nadie decía nada. Digo basta… A la tercera vez que le digo, me dice con vos también hay. Y nos agarramos a piñas…
— ¿Eras un tipo difícil en el vestuario?
— No, al contrario era un tipo que sumaba.
— Pero tuviste algunas agarradas también con compañeros, ¿con el Polaco Arzeno te llegaste a pelear?
— Sí… Fue una jugada en la que se la pedí, no me hizo caso. En el vestuario le digo “vos sos boludo, por qué no me haces caso” y nos agarramos.
— Los separaron rápido
— Sí, no pasa nada. Pero a veces está bueno tener esa clase de jugadores en un vestuario. Como entrenador querés tener gente que cuando las cosas están pesadas… ¿Te pensás que en los grupos campeones no hay discusiones? Hay veces que el grupo se tiene que juntar y hablar claro qué está pasando y a partir de ahí el grupo sale adelante. Son charlas fuertes: “Dejame de hinchas las pelotas”, “corramos”, cosas que unen al grupo, que son constructivas. El jugador de fútbol es sano.
— También te tocó una época de gran exposición mediática, al punto que te inventaron una especie de relación con el Polaco Arzeno, ¿cómo lo vivieron?
— No le dábamos bola… Es la parte de ser conocido, a veces por el perfil alto, uno genera, aparece en un lugar y genera. A veces muchos celos, mucha envidia. A veces cuando una persona es triunfadora, le va bien, hay mucha gente que no quiere que le vaya bien. A veces eso lastima, como estos inventos que estás diciendo, pero no le das bola con el tiempo. Aprovecho más todo lo bueno, la cantidad de notas, porque eso lleva a que te conozcan en el mundo. Es parte de la vida.
— En ese perfil alto también estaba el tema de crear tus propios buzos de arquero…
— Arranqué desde Chacarita. Los primeros buzos me los cosía mi mamá. Yo no quería el número 1, quería la “i” que era Islas. Después en Estudiantes de La Plata eran los buzos Topper con la “L” y la “i”. Los ponía yo, los diseñaba yo. En Independiente había un señor que me hacía los buzos, le decía “quiero esto” y me los hacía. Después agarró Adidas en Independiente y yo tenía contrato, era hombre Adidas. Iba con el diseñador de la empresa, me sentaba y diseñaba los buzos. Tenía varios modelos. Cada partido en el vestuario tenía seis o siete equipos distintos. ¿Por qué? Para mí la ropa era importante, tenía que estar cómodo.
— A punto tal de que en la final de Independiente-Vélez en Japón…
— La jugué con ropa de entrenamiento porque no estaba cómodo. No era un capricho eh. Tenía que tener zapatos cómodos, medias cómodas. Tenía que estar cómodo. Es algo psicológico. Yo hoy no podría jugar con remera apretada. Me dabas una remera apretada como usan ahora y no me gustaban. Lo mismo con los guantes, con los guantes que se usan ahora estaría con modelos específicos. Eso hacía que rindiera, no era de capricho.
— ¿En tu museo personal te quedaron algunos?
— Tengo, pero hace diez años me robaron muchas cosas. Me robaron 450 pares de guantes, me acuerdo porque los tenía contados en bolsos. Remeras, la medalla campeona del mundo…
— ¿Nunca pudiste recuperar la medalla?
— No, qué vas a recuperar… No es en mi casa, es en un lugar que tengo. Cuando entramos, en una de las puertas decía: “Gracias Luisito por la buena onda…”. ¡Eso me calentó más todavía!
— ¿Nunca supiste más nada de las cosas?
— No, nunca más… Duro…