El turno de Ezequiel Centurión

La lesión de Franco Armani le abrió las puertas al joven nacido en Cipolletti, que tuvo un aprendizaje en el ascenso y volvió para ser suplente de un símbolo; ¿atajará ante Boca?

“Cuando llegué no jugaba nunca, era el cuarto arquero. Si me tocaba entrar, tenía que rendir sí o sí porque al siguiente sábado no jugabas”. Ezequiel Centurión recuerda que la vida no siempre es color de rosa. A veces, el sol se esconde entre las nubes indefinidamente. Imposible parece ver la luz detrás del túnel: se trata de un escapista que corre -vuela, en realidad, de un palo al otro-, convencido de que la caída puede ser irremediable. Nadie, jamás, se mantiene en las alturas.

Lo sabe el joven de 25 años nacido en Cipolletti, allí en donde nacen las mejores manzanas de nuestra tierra, rubio, de cuidada barba de dos semanas, alto, metro 86. Es arquero, ataja en River, aunque la presencia de Franco Armani es tan grande, que simplemente puede decir en su foja de servicio: (primer) suplente de uno de los símbolos de la entidad. Se acabó el tiempo de Enrique Bologna y Germán Lux, los guardianes de la sapiencia. De pronto, un pequeño desgarro del gigante de Casilda, un choque con Andrés Herrera en el área en el triunfo por 4 a 0 sobre Defensa y Justicia por la Copa Argentina, lo lleva a la cancha. Al menos, tres vuelos de cóndor provocan el respeto del Halcón: el rival sabe perfectamente que esa noche chaqueña no va a hacer ningún gol.

La camiseta número 33 lleva su firma. Es el encargado del “arco más grande del mundo”, como definió alguna vez el Pato Fillol, su espejo en la historia, en el choque doméstico de este domingo frente a Barracas Central. “Tengo confianza. Ser el arquero suplente de Franco es todo un desafío. Pero me tengo fe…”, contaba, semanas atrás. Extraño mundo el de los arqueros: saben perfectamente cuál es su lugar en el grupo. No hay vueltas: es imposible arrebatarle los guantes al gigante. Y, sin embargo, aparece la Bombonera en el horizonte, el próximo 11 de septiembre. En una de esas…

Se presentó en el Monumental en 2014 y firmó su primer contrato cuatro años después. Cuenta con rodaje de fútbol profesional: pasó el año pasado a préstamo en Estudiantes de Buenos Aires, donde atajó en todos los partidos de la campaña en la Primera Nacional y sumó 14 vallas invictas en 32 encuentros. “Trato de hacer las cosas simples, no soy extravertido ni hago cosas raras”. De buen posicionamiento, reflejos, conservador con la pelota en los pies y dudas en los envíos aéreos, el conjunto de Caseros le había ofrecido continuar, pero eligió volver a River en enero pasado porque sabía que Marcelo Gallardo iba a contar con él. Lo dicho: le agrada volar, más allá de los tres palos.

“Fue un gran año. Crecí mucho en todos los aspectos de la vida. Y como arquero, sobre todo”. Augusto Batalla es el último guardián hecho en casa que tuvo tiempo y espacio en River. No funcionó. El rionegrino hizo su presentación en un triunfo por 2 a 1 ante Platense en el Monumental, el 9 de mayo pasado, en un partido correspondiente a la zona de clasificación de la Copa de la Liga. “Estoy contento, tranquilo, mis compañeros hicieron un gran partido y me simplificaron un montón de cosas, me sentí bien en el arco. Fue algo rápido la vuelta a River. El año que me fui a Estudiantes de Buenos Aires me sirvió para sumar minutos, jugar y hoy estar de nuevo acá es un sueño cumplido, estoy muy feliz”, contaba.

Tiempo después, le patearon dos veces ante Colo Colo en mayo (4-0), otras cuatro contra Defensa y Justicia en junio (0-0) y otras cuatro frente al Halcón, por la Copa Argentina (4-0), en sus actuaciones recientes. Ni una vez fue a buscar el balón al fondo del arco. Reflejos, intuición y por qué no, algo de fortuna.

Sus primeros revolcones en serio fueron en el club Cipolletti y su destacado nivel tuvo la atención de River: se puso la camiseta desde la sexta división. Aunque la banda roja ya la llevaba en el pecho desde mucho antes. Admira a Marc-André ter Stegen, Keylor Navas y Jan Oblak, proyecta ser como ellos algún día, pero no se olvida de sus orígenes. De la Academia Pillmatún al club Fernández Oro y de allí, hasta arribar al club modelo de su ciudad. Es hijo de Rafael, reconocido por sus reflejos en el arco de Cipolletti en el Argentino A durante largos años. “Verlo atajar desde muy chiquito fue un incentivo para mi. Desde el momento en que decidí que lo mío era el arco, él me entrenó y me aconsejó en todos los aspectos. No me obligó a atajar, él simplemente me iba a apoyar en lo que yo quisiera hacer”, recuerda.

Cuando la pandemia amenaza, al fin, con alejarse de nuestras vidas, surge espontáneo el recuerdo de Centurión, el primer futbolista contagiado en el plantel millonario. Su rehabilitación fue tan compleja como la de Leo Ponzio, el ídolo que se despide el día de la primavera: sufrió una miocarditis, una complicación en el corazón que debió atender con estudios clínicos más complejos. Para Centurión, nada es fácil, sencillo. “Uno siempre tiene en la cabeza la oportunidad de jugar, para eso estoy. Obviamente con tranquilidad, metiéndole, entrenando y ganándome mi lugar. Voy a hacer lo posible por jugar”, reflexiona, a la distancia.

Dejó Río Negro con el cuarto año de la escuela secundaria en el Colegio Alma Fuerte; en el instituto de Núñez acabó con las últimas materias, pero debió sostenerse solo. Dos semanas a prueba… y adentro. Siempre de pie, por las suyas. “Fue complicado porque al ser el cuarto arquero no me daban lugar en la pensión. Tuve que ir a vivir a un departamento. Los primeros meses fueron duros, pero me fui acostumbrando. Por suerte tuve el apoyo de mi familia que me pudo bancar y no desperdicié la oportunidad. Me bancaron mis viejos y la seguí peleando. Ahora estoy feliz por mi decisión de ese momento”, advertía meses atrás. Como ahora, se tiene una enorme fe. Dispuesto en dar el salto definitivo.

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